La estampa del detenimiento.

Una visión sobre la obra Diego y Ulises.

Por Fabricio Simeoni

Diego y Ulises sangran del mismo cuerpo, traicionan el esquema del movimiento impuesto. Desafían los límites de la materia, la traspasan. Cohíben a Newton y a todas las gravedades aniquiladas, lo impenetrable. Segregan las leyes de la física como si fueran otros cuerpos y detienen el jugo gástrico alentando la digestión intempestiva. Algo de todo esto se le queda a uno en la garganta, como atravesado o incrustado en las fauces sin paredes. Diego le dice todas las cosas que Ulises quiere escuchar sin hablarle. La ocupación del espacio en el cuerpo y viceversa. Es en el sentido del espectador donde se superponen las esencias de lo que invertebrado, no hay texto tangible ni audible, todo es inefable y silencioso, los ojos atentos como curvas de advenimientos plegadizos. El cuerpo también se encorva. La desocupación del espacio en el espacio y viceversa. El ojo también se incrusta y todo es visual también en la estática. Se espera que otro sentido le sugiera al espectador que lo auditivo quedará subyugado a lo visceral. Conciliar con los cuerpos ajenos una maniobra de violencia armónica, una secuela del sosiego que dejó el reposo. Se materializa una razón, la de ser uno. La apresurada manera de desprenderse, del cuerpo de uno en otro, del espacio del otro en uno. Antes hubo vacío donde ahora hay plenitud. Se busca la forma preciada de llenar la corporeidad de lo pleno, se busca la informe coacción de des materializar la vacuidad. La verdad son dos cuerpos. La nada troglodita que anega la presencia fértil del sexo hombre, insurrecto. La paridad de las manchas en la piel curtida, danza el sinérgico tope de los huecos. El todo contenedor que deshidrata la ausencia frágil de la sexualidad mujer, mordida. El reflejo de las habilidades senatoriales en los espejos deshabitados, actúa la moderada escena de las elevaciones acostumbradas. Diego y Ulises sangran el mismo cuerpo. El afuera quiere tocar cada parte pudenda del adentro. Un cigarrillo bien fundado en la boca seca, la mirada se agudiza. El sentido empírico de las cosas, la visualización bien fundada en la iglesia de la separación. Después nos miramos vaya uno a saber qué parte del cuerpo espacial que duerme en la esfera canónica de los roces. Una pérdida inconcreta, el piso mojado y una víctima del desconsuelo dual. No somos los mismos ni tampoco otros. 

Abril – 2011